Casi
una semana desde la última vez que me senté a escribir un rato.
Definitivamente, he estado muy entretenido.
Para
empezar he de decir que ya he pasado por una primera experiencia
negativa, que no todo iba a ser jauja. El pasado miércoles me
sustrajeron el celular en la micro,
que es como llaman aquí a los autobuses de línea. Ni que decir
tiene que el enfado mayor fue conmigo mismo, porque si bien es cierto
que esto no transmite sensación de peligro para nada, no deja de ser
una gran ciudad y uno debe tener ciertas precauciones, como por
ejemplo no llevar el móvil en el bolsillo cuando se usa el
transporte público. Por suerte, como aquí roban móviles a diario,
puedes bloquear tu número aunque sea de prepago y asignárselo luego
a un nuevo teléfono, así que al menos mantengo mi número chileno,
cosa que me alegra bastante, ya que había sacado una tirada de
tarjetas de visita adaptadas a Chile y con mis datos de aquí, entre
otros, el número de teléfono chileno.
Eso
sí, no os he contado a donde nos dirigíamos en la micro. Íbamos al
hotel que regentan los padres de nuestro amigo Camilo, y donde él
trabaja, “Casa Muriel”, un oasis en medio de la urbe decorado con
muy buen gusto y mucha creatividad. Los padres resultaron ser gente
bacán (de gran
categoría), y terminamos picando cosas ricas de la tierra
acompañadas de unos tragos exquisitos de pisco sour
preparados por el padre de Camilo, nuestro nuevo amigo Juan. Ni que
decir tiene que enseguida relativicé la pérdida del móvil y me
dejé imbuir de la buena onda que se respiraba. Así que entre una
agradable conversación, quesos ahumados, palmitos, paltas y tragos,
se nos fueron las horas, lo que nos pasó factura al día siguiente,
ya que teníamos que estar operativos, principalmente Bea para ir al
hospital.
El
próximo día nos deparaba otra nueva y excitante experiencia.
Habíamos quedado con Juan y Camilo para ir a la cancha del
Universidad de Chile, equipo de fútbol local que jugaba partido de
copa libertadores contra el Guaraní de Paraguay. Fuimos a fondo
norte, aunque aquí se dicen galerías. En la galería sur se ubican
las barras más aguerridas, de hecho, allí tuvo lugar un episodio
con bengalas, las cuales, aun estando prohibidas, hicieron su
aparición en masa y se paró el partido creándose el riesgo de una
posible suspensión del mismo. Finalmente, se apagaron las bengalas y
se reanudó el juego. Ganó uno a cero la U, que así llaman aquí al
equipo en cuestión, ¿y a que no adivináis cómo fue el primer gol
que hemos visto en Chile? Pues sí, de chilena. Eso sí, lo marcó un
uruguayo. Tras el partido Juan tuvo la amabilidad de acercarnos hasta
casa, pero dejamos a Camilo en la cancha, ya que realiza las crónicas
de los partidos para una página web, y al término del encuentro se
fue a camerinos a entrevistar a los jugadores.
El
viernes fue un día intenso de trabajo, Bea tuvo turno de doce horas,
y yo estuve toda la mañana preparando una reunión que tuve por la
tarde y que fue bastante bien. Así que, como además habíamos
quedado al día siguiente para irnos al Cajón del Maipo a hacer un
asado, nos acostamos tempranito como niños buenos.
Como
acabo de decir, el sábado nos fuimos con Camilo, Juan y María
Eugenia a la cordillera, a una zona llamada el Cajón del Maipo que
es frecuentada los fines de semana por los santiaguinos. Lo primero
que me llamó la atención es que cuesta encontrar un sitio libre
donde ubicarse, y no me refiero a libre de gente, sino a que sea
público, ya que la inmensa mayoría del terreno anexo al río, que
por cierto es el río Maipo y de ahí el nombre del paraje, se
encuentra vallado y debes pagar para poder entrar en alguna de las
parcelas en donde suele haber mesas, bancos y quinchos, vamos, como
en la zonas recreativas de España pero de pago. Aquí todo es
negocio o mercancía, el neoliberalismo se da de forma salvaje, pero
bueno, algunas pegas tiene que tener el país y esa es la mayor de
todas. Como dije antes, a pesar de que todo marche bien y de nuestra
actitud positiva, esto no es jauja. Así que después de varias
paradas e incursiones exploratorias, encontramos un lugar ideal donde
ubicarnos, eso sí, soplaba un viento racheado bastante coñazo, pero
estábamos tan a gusto que merecía la pena aguantar un poco al dios
Eolo. Ya por la tarde nos movimos a un lugar más resguardado con la
mala suerte de que había un avispero, así que nuestro amigo Juan se
volvió al sitio anterior sentenciando que prefería el viento a las
avispas. Después de comer como auténticos vikingos nos acercamos a
un pueblo llamado San José del Maipo, que es el más grande de la
zona, y dimos una vuelta por allí. Llegamos a casa reventados, aun
así, sacamos fuerzas para quedar con Camilo para echar unas partidas
de truco y tomarnos unos vinos.
Ayer
nos levantamos cansados, pero una visita a la feria con su
correspondiente compra de pescado, y nos devolvió la vida una
corvina al horno con abundante guarnición de papas y verduras.
Pasamos la tarde viendo el concurso del Falla, y por cierto, a
nuestro amigo David le hizo mucha gracia la chirigota Lo
Siento Patxi no todo el Mundo Puede Ser de Euskadi,
a nosotros nos pareció genial, han dejado el listón alto en la
modalidad.
Continuará...
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