¡Hola! Otra semanita más por estas
tierras chilenas con gran fin de semana incluido. Antes que nada, y
aunque no sea muy de estos asuntos, quiero felicitar a todos mis
familiares y amigos llamados José o que son Papás, pero
especialmente quiero felicitar a Juanito, que es como he estado
llamando a mi padre en esta última etapa de convivencia que
disfrutamos antes de partir a donde hoy nos encontramos. Felicidades
por ser como eres y mantener ese espíritu joven y positivo que tanto
me contagia, por estar siempre dispuesto a ayudar a los demás, por
lo poco rencoroso que eres, por ser tan proactivo, por no dejar de
aprender nunca, por estar a gusto contigo mismo, por vivir tu fé y
tus ideas a tu manera, sin cortapisas doctrinarios, felicidades por
tanto bueno aprendido de ti y que espero seguir aprendiendo, genio y
figura, como dicen aquí, te pasaste. Te añoro mucho, y a ti
también Juanita, pero es el día del padre, ya te tocará.
Después de este breve pero intenso
inciso, os cuento. El viernes en la mañana fui con Julián, el nuevo
integrante de la casa de Camilo y con el que hemos hecho muy buenas
migas, a buscar un coche que habíamos alquilado para el fin de
semana, ya que íbamos de excursión, éramos ocho, y Camilo sólo podía disponer
de un auto. Después de un agradable paseo por el Parque Bustamante,
cruzamos el Mapocho por el puente del Pío Nono y giramos por
Bellavista, que es donde se encuentran las oficinas en las que
habíamos reservado el aparato en cuestión. Después de su
correspondiente cola, porque como debe ser, aquí la gente hace sus
gestiones con calma, rellenamos el contrato, le dimos al tipo nuestra
documentación, y tras hacerle al Nissan escogido su correspondiente
revisión, nos entregaron las llaves del mismo.
Fuimos hasta Juan Godoy, rebautizada
en los últimos tiempos como Juan Gozón, y que si no lo he dicho antes, es la calle donde se
ubica la casa del Camilo y ya también del Julián, y allí se bajó este último, tras lo cual me dispuse a realizar mi primera incursión
santiaguina al volante. He de decir que me la esperaba peor, pero no
se si fueron las ganas que tenía de probar o que ya voy conociendo
como moverme por aquí con eso de andar en bici, pero lo cierto es
que fue bien la cosa. Llegué hasta la puerta de mi casa tras una vueltecita,
y el amable Don Manuel, uno de los conserjes que trabajan en el
edificio, me hizo hueco en la misma puerta de casa para que
estacionara el vehículo. Subí a casa, almorcé algo, bajé al
super a abastecernos para el fin de semana y en un rato estaban
David y Juana en la puerta de casa para que saliéramos en busca de
Bea, previa parada en Juan Gozón para sumar a Julián a la
expedición. Llegamos al hospital donde trabaja Bea, y al minuto
salió por la puerta, pero a Camilo y a Gina les quedaba como una
media hora por llegar, así que nos paramos en un bar a tomarnos unas
chelas para hacer tiempo. ¡Ah! Se me olvidaba decir que con ellos
venía Dylan, nuestro querido amigo cuadrúpedo. Ni que decir tiene
que ya de noche y saliendo a carretera, le traspasé los poderes a
Julián para que nos llevara por buen camino hasta el poblado de Chocota, a la casa
de la playa de la familia Kraljevich-Chadwick. El viaje demoró mas
de lo previsto, ya que unas graciosas obras, llevadas a cabo por una
graciosa empresa, como no, española, tenían formado un taco de
grandes dimensiones, por lo que a las dos horas que suelen tardarse,
tuvimos que sumarles como una hora y media más.
Así pues, después de un pesado
pero tranquilo viaje, llegamos al final de la calle Punta Brava del mencionado poblado, la cual desemboca en un acantilado inmerso en el Océano
Pacífico, y allí apareció ante nosotros una bonita y acogedora
cabaña levantada sobre una estructura de madera, y construida del
mismo material, al parecer por el propio Camilo y su familia, con la ayuda de un
maestro albañil. Descargamos las cosas, repartimos los dormitorios,
y como no, nos pusimos a prender la parrilla para su asado de rigor.
A pesar de lo cansados que estábamos, la buena onda que teníamos al
haber llegado a semejante remanso de paz lejos del bullicio de
Santiago, nos tuvo despiertos hasta pasadas las cuatro de la
madrugada. Ahora que lo pienso creo que también ayudó la hoguera
que hicimos, ya que hacía un fresquito considerable.
A la mañana siguiente despertamos
temprano y para nuestra felicidad, Gina estaba terminando una fuente
de arepas para el desayuno. Las arepas son como una masa de maíz aplastadita y redondeada que se hace frita o tostada y a la que se le
suele agregar queso, mantequilla... Nos encantaron a Bea y a mi,
tanto que la mañana siguiente, Gina se despertó mas tarde y las
hicimos nosotros. Bueno, a lo que iba, ya de día pudimos apreciar
mejor donde nos encontrábamos, en una aldeucha de calles de tierra y
arena, conformada por casitas de madera de fabricación artesanal,
ubicada en uno de los pequeños salientes del interior de la “Bahía
de Ventanas”, que no es la de Cádiz, pero nos sirvió. Cómo echaba
de menos el mar, su olor, su brillo, sus colores, su ruido, creo que
hasta ese momento no me había querido dar cuenta. Tras el desayuno
nos fuimos a otro poblado llamado Horcón, un poco más evolucionado
que Chocota, pero a tan sólo cinco minutos en coche y con una
playita llamada como no, “Caleta Horcón”. El pueblo es un
hervidero de hippies, caminantes sin rumbo fijo, músicos, vendedores
ambulantes, borrachines amigables, perros de todos los colores, y
para mi sorpresa, había pelícanos. El Dylan estaba como loco en
semejante escenario, y nosotros cerveza en mano, nos dispusimos a
disfrutar del sol y de la idiosincrasia del lugar. A unos pocos
metros de nosotros, una barquilla adornada con hojas de palma y
flores, hacía las veces de coche de caballos para un par de novios,
mientras una pareja de curtidos percherones se afanaba en sacar una
barquilla pesquera de la orilla, y detrás nuestra un tipo y su guitarra le ponían la
banda sonora a la escena. Maravilloso. Allí estuvimos hasta que se
empezó a ir el sol y, jugo de piña en mano, por supuesto natural,
nos volvimos a la casa. Jugamos a las cartas, tomamos unos vinos,
salimos a buscar leña y como no, encendimos la parrilla, eso sí,
esta vez hicimos pescado. Una vez más, y como no, con su fogata correspondiente, nos dieron las tantas de la madrugada.
El domingo, tras degustar las arepas
que nombré con aterioridad, nos fuimos a la cala que quedaba justo
abajo de la casa, y la verdad es que estuvimos de vicio, sólos,
ataviados con una sombrilla, varias cervezas y un juego de cartas.
Echamos allí varias horas, tras las cuales nos subimos a comer, y
para nuestro goce y disfrute, Camilo y Gina se subieron un poco antes
para ir adelantando la comida. Almorzamos, jugamos cartas algunos, y
otros descansaron, y ya a eso de las ocho de la tarde y para nuestra desgracia, partimos de
vuelta al caos de la gran urbe.
La semana ha discurrido con
tranquilidad, Bea trabajando, yo buscando faena y haciendo las
labores del hogar, y sin darnos cuentas ya estamos a miércoles, así
que de nuevo esta noche pisaré los terrenos de juego chilenos. ¡Huy! Se me iba olvidando comentar que me reencontré la semana pasada con Álvaro, compañero de carrera que ha venido a Chile a buscarse la vida y al que no veía desde hace años, me dió mucha alegría y hemos tomado ya alguna que otra junto con su amigo Miguel, que le acompaña en semejante empresa, y como no, ya estamos preparando un asado para este viernes...
Continuará...