viernes, 13 de noviembre de 2015

DESAZÓN

  Me despierto con el canto del frío gallo de metal que habita en mi mesita de noche, abro mis espesos ojos y tiento la oscuridad en busca del maldito botón que hará que el gallo calle. Me levanto lentamente, sin premura, desoxidando poco a poco mis articulaciones aún aletargadas, sin premura, buscando una zapatilla, luego otra. Como un zombie puesto de quetamina avanzo por el pasillo hasta el cuarto de baño. Una vez dentro, enciendo la luz y saludo a mi imagen en el espejo. No es narcisismo, me gusta hablar conmigo porque me escuchas, porque me dejas terminar de exponer mis argumentos sin interrupciones, porque no hay necesidad de buscar la frase adecuada, porque me ofreces el reflexivo reflejo de mi reflexión, la espontaneidad de mí espoleada esperanza, la imagen de mi imaginación.

  ¿Qué coño le pasa al mundo? ¿Por qué los especímenes de la especie humana somos cada vez más egocéntricos, más ególatras, más egoístas? No lo sé, ni siquiera sé si es cierto que lo seamos cada vez más, quizá siempre fuimos así, y simplemente ahora se ha vuelto más evidente. ¿Evidente? ¿Para quién? Si es así, ¿por qué somos tan invidentes ante la evidencia? Por conciencia. Somos conscientes de que cuanto más concienciados estemos más complicado será conciliar el sueño. No ignoramos que la ignorancia es un bálsamo para nuestras mentes. La lucidez no es más que una luz cegadora, apuntando a los ojos y provocando dolor. Es transportada a  través del nervio óptico, desde el cerebro a los ojos, incluso en las noches más oscuras. Por eso nos rodeamos de falsas comodidades, de incomodas falsedades, incomodas tan solo cuando se quiere ver la verdad, mientras no sea así, sirven de pátina a una dura realidad. 

  Vivimos en un mundo conformista, insolidario, cuando debiera ser solidario e inconformista. ¿Pero un momento? ¿Qué mundo? ¿El primer mundo? ¿El tercero? Hablando de esto, ¿qué pasa con el segundo? ¿Existe? O lo tenemos escondido como La Atlántida. Si, ese segundo mundo intermedio entre el primero y el tercero, y que es el único que debería existir. Pero fue destruido cuando descubrimos la fascinante acción de la acumulación. Primero alimentos, después riquezas de otro tipo que sirvieran como cambio, por su utilidad para fabricar útiles utensilios, algunos tan útiles para cercenar la vida de nuestras presas y convertirlas en alimento, como para cercenar las vidas de nuestros congéneres. Comienza pues la carrera tecnológica para ser los mejor armados, los que mejor puedan controlar y someter al otro. Y como no, surge el creador de los mercados, el poderoso caballero, el vil metal. Por el que un ser humano es capaz de volverse cainista, fraticida, matricida, u homicida en cualquiera de sus más crueles variantes.

  Aun hoy, tenemos la poca vergüenza de llamarnos “civilizados”, de creer en una evolución, cuando hemos involucionado. Lo único que ha evolucionado es nuestra capacidad para el autoengaño y como no, algunos rasgos biológicos cuya evolución no voy a negar. Así como Darwin es considerado evolucionista, yo me declaro involucionista. El Homo sapiens, no es más que una especie animal tan mal dotada para la vida en la tierra, que no tuvo más remedio que desarrollar el intelecto para sobrevivir, convirtiéndose, en el momento oportuno, en el mayor de los oportunistas del reino animal. Y por favor, no somos tan importantes. Si, estamos viviendo nuestro período de hegemonía en la tierra, pero se acabará, antes o después se acabará. No olvidemos lo efímero de nuestra existencia, no la individual que ya es de chiste, si no la de nuestra especie. Tenemos apenas unos 100.000 años de existencia frente a los millones de años que tiene el planeta que habitamos.

       Absorto en mi conversación conmigo, no me he percatado de que los minutos han ido pasando. Sazonado pues mi cerebro con una buena dosis de desazón, me introduzco en el habitáculo que llamamos ducha y me dispongo a lavarme a conciencia, y la conciencia, ya que he llegado a la conclusión de que soy igual que los demás, y como ellos, para no sentirme mal, me lavo con una buena dosis de frivolidad y falso buen humor. Ya estoy listo para empezar un nuevo día en sociedad. ¿O debería decir suciedad?     

martes, 10 de noviembre de 2015

10 de Noviembre de 2015



  Más de un año ya desde que escribí mi última entrada, concretamente fue el día 8 de julio del pasado año. Más de un año sin motivación, no solo para escribir, sino para diversas cuestiones. Ha sido un año convulso, lleno de hastío por el hecho de no haber terminado de hallarme en Chile a nivel profesional, lleno de cambios, de experiencias, la mayoría positivas por suerte. E incluso de las malas se saca algo, aprendizaje a lo menos. El caso es que, a pesar de que me encuentro en un estado un poco introspectivo, me siento, de repente, en la necesidad de escribir, de vomitar palabras y direccionar mis pensamientos hacia este sano ejercicio.

  Dicho esto, no se me ha ocurrido mejor forma de compartir que retomando este blog de andar por casa que tanto he ignorado. Eso sí, espero que esta sea la última entrada empapada de vivencias personales, ya que pretendo ir cambiando el enfoque de los textos a compartir. Es más, creo que la forma de diario en que lo llevé con anterioridad hizo que perdiera interés a medida que me iba devorando la rutina.

  Antes que nada me gustaría hacer balance de todo lo vivido. Y la verdad es que no tendría cabida para tantas cosas que podría expresar. Lo mas importante que he de decir es que mi experiencia en Chile no puede ser entendida sin Camilo y todo lo que él implica. He sido uno más de su familia, uno más de sus amigos, su yunta como dirían en Chile. Compañero de vivencias múltiples y con el que me he embarcado en variopintas aventuras, la última de ellas sigue viva y espero que así siga por mucho tiempo. Podría decir nombres que a día de hoy están muy alojados dentro de mí ser, como Juan, Mari, Gina, Diego, Coque, Nacho, JK, Isa, Danae, Claudio…. Y así podría seguir un rato; nombrando gente con la que he vivido muchos bellos momentos, con los que he compartido, con los que he aprendido, con los que me he reído…. ¿Qué sí mereció la pena la aventura? Volvería a repetirla sin dudarlo ni un segundo, a pesar de que el camino ha tenido sus luces y sus sombras.

  Por otro lado, y posiblemente gracias a cuestiones más profundas, de esas que desgarran el alma, de esas que hacen que todo parezca perdido, de esas en las que no eres capaz de reaccionar, de esas que te hacen recordar que la vida, aunque bella, puede doler mucho, de esas que te hacen crecer de la forma más efectiva posible; me he encontrado un poco más a mí mismo, y eso, siempre es algo positivo. Y una de las cosas que más me ha sorprendido encontrarme es lo arraigado que estoy a esta burbuja llamada Cádiz. No era consciente, no solo de lo bien que me encuentro aquí, si no de como mi carácter, tanto el más visible como el que no lo es, se ve complementado con esta ciudad.

  Cuantas veces habré criticado a más de un gaditano o gaditana por sus escasas inquietudes, por su tendencia a pensar que esto es lo mejor del mundo, y claro, aquí se vive con poco. Pues he de decir que a día de hoy no dejo de envidiar levemente esas posturas, son personas que necesitan, en efecto, muy poco para ser felices, y este boquete contradictorio y medio lumpen a veces, es capaz de suministrarles con creces lo que necesitan. Nunca seré como ellos porque soy de otra condición, pero me he prometido a mí mismo aprender todo lo que pueda de esa forma de entender la vida.

  Todos los sentimientos que os contaba se hicieron palpables al bajarme del avión, si, en Jerez, si, cerca del Don Tico; pero ya estaba llegando, llegando a mi hogar, y de repente desapareció la ansiedad. Después de más de dos meses de mi vuelta he de decir que no pudo ser una decisión más acertada. No sé cuántos lugares en el mundo ofrecen un día a día tan agradable, bien por el clima, bien por la idiosincrasia de sus gentes, o si esta última está más o menos influenciada por la anterior, pero en definitiva, la vida aquí es sencilla y agradable, y eso amigas y amigos, hay veces que no tiene precio. Cádiz es medicina para el alma.

  A todo lo anterior hay que añadirle las personas que me rodean en estos catárticos momentos. Algunas con las que ya contaba y daba por hecho que iban a estar ahí, y otras que o bien me han sorprendido gratamente, o bien acaban de aparecer en escena y han cobrado mucha importancia en poco tiempo. 

  En este momento podría estar compartiendo ideas de forma indefinida, pero como tampoco es la idea resultar pesado voy a ir terminando esta perorata, tan trivial y probablemente insulsa para los demás, tan necesaria para mí. Así que, que mejor manera de acabarla que compartiendo la idea más importante que planea sobre mi cabeza. Hay que abrazar la vida, venga como venga, la felicidad no depende de las circunstancias, es una cuestión de actitud, de conocerse, de aceptarse y quererse, de apreciar cada gesto, cada guiño, cada pedazo de afecto que alguien comparte con uno; cada sonrisa, cada abrazo; de emocionarse con las cosas, con la música, con los olores, con una imagen, con un libro o una película, con un momento; de compartir, de reírse, de bailar, de conocer… y como no, de aprender.