lunes, 24 de febrero de 2014

24 de Febrero de 2014

  ¡Hoy estreno sección en el blog! Tal y como os insinué en la anterior entrada, estaba preparando una nueva entrega dedicada al vocabulario propio del país, ya que me parece muy interesante transmitir y dejar constancia de la cantidad de términos que enriquecen el castellano por estos lugares. Y aquí la tenéis, arriba de la página, a la derecha, podéis acceder a la misma.

  ¡Viva la tecnología! Eso sí, bien empleada y en pequeñas dosis. Facilita mucho las cosas, es maravilloso poder ver y hablar con la familia, poder dejar constancia de nuestras peripecias y sentimientos en este blog, y como no, poder ver Onda Cádiz u Onda Teo como yo le digo, para poder seguir diariamente y en riguroso directo el concurso del Falla. Por cierto, ¿qué es eso de “la ciudad que funciona”? ¿Aprovechando el carnaval tiran de ironía? No lo sé, pero raya la falta de respeto hacia los gaditanos, al menos “la ciudad que sonríe” podía tener cierta parte de verdad, y aún así ya me parecía deleznable.

  Grandes tardes de Falla en el sofá, y si bien se hace raro ver el concurso por la tarde, es una alegría que acabe sobre las diez y media de la noche, ya que nos levantamos bien temprano y se agradece no andar acostándonos a las tantas. Ya estamos tramando organizar algún tipo de evento el día de la final para compartir un poco de Cádiz con nuestros nuevos amigos, a los que además, parece atraerles la idea, no sé si por el carnaval en si, o porque se apuntan a un bombardeo (otra cosa más que nos hace sentir como en casa). Por cierto, parece que los jóvenes emigrantes somos uno de los temas estrella del concurso, ya he perdido hasta la cuenta de las letras que nos han dedicado, hemos tenido que contener el llanto con muchas de ellas al igual que les habrá pasado a mi suegra y mi cuñada que son fieles seguidoras del concurso.

  Quiero hacer mención a varios lugares que hemos descubierto recientemente, como el coqueto barrio de Lastarria, en el que vendedores de artesanía o antigüedades se mezclan en calles peatonales o poco transitadas con restaurantes, cines, teatros, librerías, cafés y músicos callejeros. Una visita muy recomendable. He descubierto también un lugar muy particular llamado “La Piojera” que se encuentra junto al Mercado Central y en el que se reúne la gente a tomar en sus pintorescos patios. Sobre la puerta reza un cartel que dice “La Piojera, Palacio Popular”. Y como no, de la piojera fuimos al Mercado, al que aún no habíamos ido, en el que venden pescados y mariscos y en cuyo centro se reparten mesas de diversos restaurantes confiriendo un grato ambiente al lugar.

  Este recién pasado sábado he tenido la suerte de compartir y participar de una cuestión muy íntima con Camilo y su Gente. Hará como tres años que Camilo perdió en un fatal accidente de tráfico a su querida hermana Muriel, con la que al parecer era uña y carne y a la que todos querían con locura. Incluso yo he de agradecerle a Muriel, porque fue a través de ella que Camilo conoció a Fran y a Fer, y con ellos a Emi, que es la hermana de este último y la mujer del Pareja, por el cual yo conocí a Camilo en nuestro primer fin de semana en Santiago, un poco enrevesado, pero así es. Por si alguien no ha atado cabos aún, el hotel que regenta el padre del Camilo lleva su nombre, incluso el logotipo de “Casa Muriel” es un dibujo suyo.

  Pues, aprovechando que estaban por aquí los amigos que viven en Argentina (Manu y José, que son gente bacán), acudimos al lugar del accidente a construir un particular memorial a la tan querida Muriel. Partimos sobre las once de la mañana por la Ruta Cinco armados con palas, carretilla, cemento y maderas para componer un banco en el lugar, además de diversos objetos, como un frasco que rellenamos de vaselina y objetos de colores. El sol pegaba de una manera infernal, pero la voluntad de los allí congregados hizo que la tarea no se demorase en exceso, y en un rato teníamos cavados los agujeros para anclar el banco, la carretilla llena de cemento para el mismo fin, y como no, el banco ya montado. Lo colocamos de espaldas a la carretera y llenamos dos espinos que había en el lugar de diversos objetos, flores, grullas de origami, un gato de madera... En fin, creo que quedó bastante bien, y lo mas importante, se hizo con amor.

  Después de la tarea, regresamos a Santiago y Juan quiso que acudiéramos a “Casa Muriel” a hacer un asado, pero como la semana había estado saturada de asados, lo cambiamos por una paella, que debido a mi origen y a mi gusto por la cocina me tocó hacer a mi. Fueron dos paellas finalmente, terminamos de comer como a las nueve de la noche, y durante todo el rato no faltaron el vino y la sangría. Fue un día intenso, cargado de emociones y sentimientos, pero el amor que todos desprendían al referirse a Muriel llenaba el aire. He de agradecerles que me hicieran partícipe de tan familiar momento, y he de agradecerles que nos hayan abierto las puertas de sus casas como si fuéramos de la familia.

  Continuará...


MK Forever


lunes, 17 de febrero de 2014

17 de Febrero de 2014

  Hola, otra semana más en territorio sudamericano, y como no, salpicada de asados, sangrías y eventos varios. Eso sí, para no volver a tiempos pasados ya me he apuntado en un gimnasio, y no voy solo, voy con Camilo, que tampoco debe volver a manejar ciertas siluetas... Ir con alguien a hacer ejercicio es mucho mas agradable. Pero a lo que voy, hoy no quiero dejar constancia de eventos sino de sentimientos. A un mes y medio de nuestra llegada me encuentro reflexivo.

  Breve es aun el tiempo que llevamos aquí, y si bien es cierto que estamos felices y sin síntomas del síndrome del expatriado, no es menos cierto que ya echo de menos un sinfín de cosas. Echo de menos a mi familia en primer lugar, a mis padres, con los que he tenido la suerte de convivir medio año (no se si pensarán lo mismo...), a mi hermano, que si bien lo veía poco porque vive en un pueblito de Badajoz, era mas agradable saber que lo tenía a un par de horas, y a todos mis familiares allegados, entre los que destaca mi abuela, que me han dado tanto cariño siempre a cambio de tan poco, soy el más descastado del mundo, pero los quiero. Uffff, creía que iba a ser más fácil. Pero continúo. ¿Qué decir de mis hermanos escogidos? Como echo de menos a ese pintor vago con tendencias bohemias y con un corazón más grande que su colección de cuadros. Y que decir del gran ortiguilla, ese que me pilla las vueltas con tan solo mirarme a los ojos, ese que contiene en su ser el alma más fuguilla de los gaditanos. Y ese surfero con aires de Peter Pan por el que no pasan los años. Detrás de todos estos vienen un incontable número de personas que nos han dado mucho, noches de Café de Levante, Rusa Blanca o local de ensayo; tardes de Isleta, grandes momentos en Las Viandas, días de fútbol, noches de Colonial, Cambalache o cinefórum; y como no, días de oficina y horas y más horas de callejeo carnavalesco. Todas esas personas que componen el mosaico de nuestras maravillosas vidas. Echo de menos incluso a la gente de Bea, tengo una suegra maravillosa, luchadora, madre aguerrida, leal, sincera y familiar, ya lo sabía antes de venir aquí, pero no sabía que la iba a echar tanto de menos. Gracias por tanto Rosa. Y gracias como no, por traer a Bea al mundo y por ser uno de los pilares que la han convertido en tan estupenda mujer.

  Echo de menos caminar junto al mar, en el día o en la noche, con la intensa luz de Cádiz en los días soleados, o con la melancólica y bucólica luz de los días de temporal, en los que las olas luchan contra los elementos del hombre, bloques de hormigón, playas a las que nunca se les acaba la arena, muros imposibles... Los olores de Cádiz, a bajamar, a algas, a churros en los alrededores del mercado, o a chicharrones si es mediodía, el del puchero de la vecina... Echo de menos los molletes con aceite y jamón que me ponía últimamente el Salvi y que anteriormente me ponían el Jesús o el gran chivato que es el Cuca. El jamón propiamente dicho, el pescaito frito, saludar a los comerciantes del barrio a los que muchos de ellos conozco desde niño. El falla y su COAC, con lo bueno y con lo malo, esa Caleta en bajamar al atardecer, en donde he pasado muchos de los mejores momentos de mi vida; ese mismo rincón en la noche con una cerveza compartida entre amigos. Los conciertos de los Vivos, ese bullicioso centro por las mañanas, caminar de noche por sus callejuelas, las tapas, la familiaridad con los vecinos, la armónica del afilador, los gritos, de los niños o de los butaneros, la gente pescando en las balustradas, los barquitos campando a sus anchas con el mar como un plato en la Bahía, los bocatas de tortilla, el ingente número de celebraciones gastronómicas con plato de regalo para el que tenga la paciencia de aguantar las colas, la Cruzcampo, esa infernal calle Sacramento en las mañanas... Echo de menos hasta a los canis del barrio. Eso si, a la Teo y sus compinches aún no los echo en falta.

  Ahora bien, aunque se me escapen unas lagrimitas (y no de pollo precisamente), me parece maravilloso tener estos sentimientos, me hacen sentir vivo, me hacen sentir mis raíces, me hacen valorar aun más los pequeños detalles que he dejado a un lado por un tiempo, pero que seguirán ahí a nuestra vuelta.

  Después de esta lista de recuerdos, en la que seguro me dejo a personas y lugares, que no se han ido de mi memoria, sino que están latentes; toca hacer repaso de todo aquello que está enriqueciendo mi vida y que de no haber dado este enorme paso, me lo habría perdido.

  Como no, toca empezar por la gente, en primer lugar me encanta como nos ha acogido el Camilo, y por extensión, su gente. Padres, amigos, tíos... Además no sé si todos los chilenos serán así, pero los que estamos conociendo están a la altura del más cargante de los gaditanos, les encanta dar carguita, y a mi me gusta que sean así, aun siendo muchas veces el blanco de sus sornas, porque me hacen sentir como en casa. Me encanta lo relajada que se toman la vida, menos cuando conducen... Son cálidos, cabezotas, familiares, bebedores, auténticas limas sordas a la hora de comer, cariñosos, habladores, exagerados y truhanes.

  Me encanta el olor de la feria, a verdura fresca y a flores, lo amablemente que te saludan en los comercios a pesar de ser una gran urbe, lo agradable que son los conductores del metro dando mensajes por megafonía o las variadas conversaciones con los taxistas. Me encantan los asados interminables, el persa o bío bío, la facilidad con la que te abren las puertas de sus casas y te invitan a sentarte a sus mesas. Me encanta como tratan a los niños, relajados, no como en España que cada vez están mas sobreprotegidos. Me encantan los vendedores de comida ambulantes, las calles agrupadas por gremios, la calle de las bicicletas, la de los libros, la de las tiendas de celulares, la de ropa, la de las imprentas... Me encantan sus bocadillos, son unos maestro para eso, y que decir de las empanadas. La infinidad de palabras propias que pueblan su acervo, y a las que en breve quiero dedicarles una sección especial en el Blog. El pisco sour, el vino chileno, la vida interior de los autobuses urbanos, en los que aparecen músicos, vendedores pregonando, señoras que se pasan el camino haciendo ganchillo o macramé, y raterillos de tres al cuarto en busca de un incauto al que urtarle el celular. Las botillerías, la tolerancia al ruido de la juerga de los fines de semana o festivos. Y las vistas de los Andes, que están ahí, abrazándonos.

  Si bien es obvio que esto, como todo en la vida, tiene también sus cosas malas, he de decir que las buenas las superan con creces. Si están pensando en dar un paso similar al que hemos dado nosotros, no lo duden, salten sin mas. Y no hagan caso de las malas experiencias, disfrutar o sufrir de una cosa así, es básicamente una cuestión de actitud. Con la mente abierta y dispuesta a nutrirse, seguro que será una grata experiencia. Vayan a vivir donde vive la gente normal, y no a los barrios altos de pegatina de los mundos de gomilandia, que se fabrican en serie para todo el planeta y en los que todo es tan impersonal. En la ciudad verdadera hablará más con sus vecinos y se sentirá más cálido. Compre donde compran ellos, las imitaciones de los hipermercados europeos son caras y seguramente os defraudará su calidad, las ferias son baratas y de una calidad excelente. Compre el pan en la tiendita de la esquina, vaya al bar del barrio y déjese de multinacionales. Respete a la gente y sus costumbres y no olvide un refrán que viene muy a cuento: “Donde fueres, haz lo que vieres”.


  Continuará...



lunes, 10 de febrero de 2014

10 de Febrero de 2014

  Si la última vez casi transcurre una semana entre entrada y entrada, esta vez sí que ha pasado una semana en toda regla desde que escribiera algo. Y no ha sido ni por falta de ganas ni por falta de cosas por contar, pero es que estamos abrumados con tanta vida social, parece que lleváramos aquí desde pequeños. De hecho me cuesta ordenar en mi cabeza todos los eventos que han tenido lugar en estos días, así que disculpadme si me tomo la licencia de ir contando a placer lo que me plazca.

  Lo primero que me tiene alucinado es que he descubierto el animal más carnívoro del mundo, el chileno, esta gente comen carne como si no hubiera un mañana. En serio. El domingo me levanté con fatiga del hartón de carne que nos dimos el sábado, carne en la mañana, carne en la tarde y carne en la noche, horroroso. Menos mal que el domingo teníamos otro asado y se cambió el menú por paella. Paella que por cierto hizo el menda para deleitar a unos quince comensales y he de decir que parece que quedó estupenda, aunque creo que fue gracias a la excelente materia prima que aportó el anfitrión, Mario, un médico cubano que lleva aquí ya bastantes años y que es compañero de Bea en el Hospital San José. Por cierto Bea no se quedó atrás y preparó un salmorejo exquisito, que hizo las delicias del personal. Por cierto, gente bacán, tanto Mario como su mujer, Ana, y todos y cada uno de los amigos que por allí desfilaron. Y yo súper integrado, les gané al dominó, que por cierto aquí se juega en pareja y llegan hasta el nueve doble; canté (o lo intenté), cociné, me bañé sendas veces en la estupenda piscina que tenían, y no sé cuantas cosas más. O no me vuelven a invitar en la vida o me llaman para que me apunte a todas. Ya veremos.

  El sábado fue un gran día también. Aparte de comer carne cual manada de leones, nos levantamos a buena hora y tras su ducha correspondiente nos fuimos al persa o bío bío, un megamercado que no cabría en ningún lugar de Cádiz. Galpones y más galpones con objetos imposibles, nuevos o usados, del pasado o del futuro, útiles o inservibles, duraderos o fungibles, pero todos ellos conformando el gran mosaico de locura que es el persa. Muy interesante también el sector donde se ubica, el matadero, que precisamente de eso hacía las veces tiempo atrás, y precisamente por eso, era uno de los lugares más peligrosos para deambular ya que la inmensa mayoría de sus convecinos iban armados con sendas herramientas de matarifes. Por suerte a día de hoy ya no se realizan estas prácticas en el barrio y se puede pasear tranquilamente. Pues bien, inmersos en la locura deambulábamos en busca de un perchero, y llamó Camilo que estaba de camino. Salimos a esperarlo y de repente apareció David, que por cierto ya se ha emancipado. Camilo resultó venir con un amigo en el auto de éste. Nacho, un fotógrafo principalmente culinario que se sumó a echar el día con nosotros. Así que con semejante y magnífica pandilla nos perdimos por el persa y culminamos el paseo con un almuerzo en el pipeño, ahí empezó el atracón de carne, pero después lo continuamos con un asado en nuestra azotea, que ya teníamos ganas de estrenarla, una pasada hacer un asado nocturno en un piso dieciséis. Por cierto, frente al restaurante donde almorzamos se encuentra la bodega del mismo nombre, en la que venden un licor enguindado que es una maravilla.

  El viernes fuimos a Casa Muriel a hacer cena española, tortillas de papas y sangría. Y estuvimos con amigos de Camilo echando un rato estupendo. Por cierto, creí que iba a desordenar más el orden cronológico y al final parece que está quedando ordenado, pero eso sí, de adelante a atrás. El hotel que regentan los padres de Camilo es una maravilla, no sé si lo he dicho antes, pero es que nos encanta. ¡Ah! Y gracias a Casa Muriel tengo un nuevo amigo, pero cuadrúpedo, el Dylan, un cruce de pastor belga con labrador del tamaño de un pony, y que tira como un miura, pero es tan bueno... tiene como año y medio, y como Juan y María Eugenia están de viaje, Camilo no puede ir a darle de comer por la tarde. Así que voy yo y además lo saco a pasear. O mejor dicho, el me saca a mi.

  ¡Ah! Una cuestión que quiero ir aclarando antes de que se me olvide, sobre todo porque Juanita, como buena madre, se preocupa por mi imagen. No es que estemos todo el día de fiesta, lo que pasa es que me ahorro las cuestiones del tedio y la rutina y os transmito solo lo que me apetece destacar. Que Bea trabaja como una campeona y yo me levanto con ella cada mañana a las seis y media para hacerle el desayuno mientras se ducha y ya me quedo operativo para todo el día.

  El primer día que fuí a sacar al Dylan me acompañó David, y a la vuelta entramos en la Casa Vasca, ni un cuarto de hora y ya estaba David jugando al mus con los miembros de tan curioso club, en el que se juega al mus, a la pelota vasca, se dan clases de euskera, hay un coro de folklore vasco, un grupo de baile y no sé cuantas cosas más.

  Hoy estamos poniéndonos al día con el Falla viendo lo que nos hemos perdido este fin de semana. De momento lo que más me ha gustado es el coro de los niños, no sé si será que con eso de la distancia me está tirando lo más castizo, pero sin duda tanto Nandi como su gente han hecho un gran trabajo.


  Continuará...



lunes, 3 de febrero de 2014

3 de Febrero de 2014

  Casi una semana desde la última vez que me senté a escribir un rato. Definitivamente, he estado muy entretenido.

  Para empezar he de decir que ya he pasado por una primera experiencia negativa, que no todo iba a ser jauja. El pasado miércoles me sustrajeron el celular en la micro, que es como llaman aquí a los autobuses de línea. Ni que decir tiene que el enfado mayor fue conmigo mismo, porque si bien es cierto que esto no transmite sensación de peligro para nada, no deja de ser una gran ciudad y uno debe tener ciertas precauciones, como por ejemplo no llevar el móvil en el bolsillo cuando se usa el transporte público. Por suerte, como aquí roban móviles a diario, puedes bloquear tu número aunque sea de prepago y asignárselo luego a un nuevo teléfono, así que al menos mantengo mi número chileno, cosa que me alegra bastante, ya que había sacado una tirada de tarjetas de visita adaptadas a Chile y con mis datos de aquí, entre otros, el número de teléfono chileno.

  Eso sí, no os he contado a donde nos dirigíamos en la micro. Íbamos al hotel que regentan los padres de nuestro amigo Camilo, y donde él trabaja, “Casa Muriel”, un oasis en medio de la urbe decorado con muy buen gusto y mucha creatividad. Los padres resultaron ser gente bacán (de gran categoría), y terminamos picando cosas ricas de la tierra acompañadas de unos tragos exquisitos de pisco sour preparados por el padre de Camilo, nuestro nuevo amigo Juan. Ni que decir tiene que enseguida relativicé la pérdida del móvil y me dejé imbuir de la buena onda que se respiraba. Así que entre una agradable conversación, quesos ahumados, palmitos, paltas y tragos, se nos fueron las horas, lo que nos pasó factura al día siguiente, ya que teníamos que estar operativos, principalmente Bea para ir al hospital.

  El próximo día nos deparaba otra nueva y excitante experiencia. Habíamos quedado con Juan y Camilo para ir a la cancha del Universidad de Chile, equipo de fútbol local que jugaba partido de copa libertadores contra el Guaraní de Paraguay. Fuimos a fondo norte, aunque aquí se dicen galerías. En la galería sur se ubican las barras más aguerridas, de hecho, allí tuvo lugar un episodio con bengalas, las cuales, aun estando prohibidas, hicieron su aparición en masa y se paró el partido creándose el riesgo de una posible suspensión del mismo. Finalmente, se apagaron las bengalas y se reanudó el juego. Ganó uno a cero la U, que así llaman aquí al equipo en cuestión, ¿y a que no adivináis cómo fue el primer gol que hemos visto en Chile? Pues sí, de chilena. Eso sí, lo marcó un uruguayo. Tras el partido Juan tuvo la amabilidad de acercarnos hasta casa, pero dejamos a Camilo en la cancha, ya que realiza las crónicas de los partidos para una página web, y al término del encuentro se fue a camerinos a entrevistar a los jugadores.

  El viernes fue un día intenso de trabajo, Bea tuvo turno de doce horas, y yo estuve toda la mañana preparando una reunión que tuve por la tarde y que fue bastante bien. Así que, como además habíamos quedado al día siguiente para irnos al Cajón del Maipo a hacer un asado, nos acostamos tempranito como niños buenos.

  Como acabo de decir, el sábado nos fuimos con Camilo, Juan y María Eugenia a la cordillera, a una zona llamada el Cajón del Maipo que es frecuentada los fines de semana por los santiaguinos. Lo primero que me llamó la atención es que cuesta encontrar un sitio libre donde ubicarse, y no me refiero a libre de gente, sino a que sea público, ya que la inmensa mayoría del terreno anexo al río, que por cierto es el río Maipo y de ahí el nombre del paraje, se encuentra vallado y debes pagar para poder entrar en alguna de las parcelas en donde suele haber mesas, bancos y quinchos, vamos, como en la zonas recreativas de España pero de pago. Aquí todo es negocio o mercancía, el neoliberalismo se da de forma salvaje, pero bueno, algunas pegas tiene que tener el país y esa es la mayor de todas. Como dije antes, a pesar de que todo marche bien y de nuestra actitud positiva, esto no es jauja. Así que después de varias paradas e incursiones exploratorias, encontramos un lugar ideal donde ubicarnos, eso sí, soplaba un viento racheado bastante coñazo, pero estábamos tan a gusto que merecía la pena aguantar un poco al dios Eolo. Ya por la tarde nos movimos a un lugar más resguardado con la mala suerte de que había un avispero, así que nuestro amigo Juan se volvió al sitio anterior sentenciando que prefería el viento a las avispas. Después de comer como auténticos vikingos nos acercamos a un pueblo llamado San José del Maipo, que es el más grande de la zona, y dimos una vuelta por allí. Llegamos a casa reventados, aun así, sacamos fuerzas para quedar con Camilo para echar unas partidas de truco y tomarnos unos vinos.

  Ayer nos levantamos cansados, pero una visita a la feria con su correspondiente compra de pescado, y nos devolvió la vida una corvina al horno con abundante guarnición de papas y verduras. Pasamos la tarde viendo el concurso del Falla, y por cierto, a nuestro amigo David le hizo mucha gracia la chirigota Lo Siento Patxi no todo el Mundo Puede Ser de Euskadi, a nosotros nos pareció genial, han dejado el listón alto en la modalidad.

  Continuará...