Hola amigas y
amigos, no se si es mi récord, pero la verdad es ya hace unos quince
días que no escribía ninguna entrada, y el motivo no es otro que el
tiempo que me ha demorado la nueva sección que estreno hoy, la cual,
imagino que siendo la primera no será más que una primera visual
por la gastronomía del país, pero espero ir alimentándola, nunca
mejor dicho, a lo largo de nuestra estancia aquí. Además de eso,
está por aquí Rosa, la mamá de Bea, con lo que la semana está
siendo especial en cuanto a tiempo disponible para mis cuestiones,
cosa que me agrada bastante siempre que sea por motivos de esa
índole. La verdad es que está siendo un placer tener a Rosa aquí,
y creo que ella está bastante a gusto y cómoda en nuestra humilde
morada. Y por supuesto, se que se va a ir muy contenta con la
impresión que se está llevando de nuestra vida en tierras chilenas.
Como
siempre que me demoro en escribir, pierdo un poco el orden de los
días en mi cabeza, pero no creo que sea asunto de importancia si la
experiencia tal o cual, fue un día u otro, lo importante es que
quede constancia y que ustedes disfruten con mis breves historias.
Cosa que he de decir que para mi sorpresa hace bastante mas gente de
la que me esperaba en un principio, el blog ha superado recientemente
las dos mil visitas, cantidad nada desdeñable para un blog de andar
por casa y de tan corta edad. Gracias a todos y todas por seguirme, y
empujarme de ese modo, a continuar y disfrutar de mi labor.
Por fin he
visitado “La Vega”, que es un mercado inmenso de frutas, verduras
e insumos varios, en el que se vende al por menor y al por mayor, y
en el que se abastece medio Santiago, tanto particulares, como dueños
de comercios y establecimientos hosteleros de diverso pelaje. Si la
primera vez que visité la feria del barrio me quedé alucinado, en
“La Vega” me he quedado de piedra, es la locura total, olores de
todo tipo, bullicio, perros, autos buscando aparcamiento,
comerciantes ofertando sus productos a gritos. Otros, más discretos,
simplemente colocan sus carteles, y otros, imagino que debido a su
fama, no hacen ni una cosa ni otra y están repletos de clientela.
Encuentras cantidad de cosas y todas ellas, mucho mas baratas que en
cualquier otro lugar. Otra cosa destacable es su ubicación, en pleno
barrio de Independencia, en un Santiago mucho mas auténtico, con más
sabor y como decimos en mi tierra, con más solera. Alrededor del
mercado se encuentran numerosos bares que de donde yo vengo los
llamaríamos baches, pero que aquí gozan de un carácter
bastante familiar, además de que en muchos de ellos, se reúne gente
a cantar y tocar canciones populares. Vamos, lo mas parecido que he
visto aquí a una peña carnavalesca. Concretamente el Camilo tuvo a
bien llevarnos a “La Milla”, un bar atendido por tres señoras de
edad avanzada en el que degustamos unas empanadas y unas cervezas al
son de las cuecas que cantaban y tocaban los habitantes de tan
autóctono lugar.
Otro sitio
que por fin hemos visitado es el Cerro de San Crístobal. La verdad
es que con esto de que venimos a quedarnos, hemos dejado un poco de
lado las cosas más turísticas, pero como ha venido visita hemos
querido subir, y he de decir que merece la pena, pero mucho más si
vives aquí, ya que es un oasis de silencio y paz en medio de esta
inmensa urbe. Todo el asunto que rodea el lugar es de índole
religioso y, será por eso, que la gente discurre por este haciendo
poco ruido, y encima se escucha una musiquita celestial que invita a
la meditación, o a la siesta según el caso. Además, ni que decir
tiene que las vistas son espectaculares, desde el cerro si te puedes
hacer una idea de la inmensidad de esta ciudad, ya que se puede
contemplar en casi toda su extensión. Eso sí, la bajada del cerro
fue tarde, y lo que encontramos abierto fue un bar de cuicos en pleno
patio de Bellavista (una pijada para turistas y gente de plata), y
para que veáis que las apariencias engañan, ha sido el primer sitio
donde me ha sentado mal algo de comer, he estado dos días con una
gastroenteritis del quince por un pebre en mal estado. Tres meses
visitando los mas selectos baches de la ciudad, comiendo
alimentos en la calle o en cualquier kiosko, y la primera cosa que me
hace ponerme malo, me la sirven en un bar pijo. Por supuesto lección
aprendida, ni una vez más, y es que es mucho mejor ir a los bares
que me recomienda el Camilo, no fallan.
Como no
podía ser menos, no ha faltado su asado en Casa Muriel, en el que
Rosa conoció el lugar, al señor Juan, al Camilo, a la Gina, al
Julián, y a otros visitantes, el Pareja y la Emi. Ha sido un placer
poder disfrutar de nuevo de la compañía de estos últimos, la pena
ha sido la coincidencia de visitas, y fruto de ello, no haberlos
podido acoger en casa, y no haber podido disfrutar mucho más de tan
grata pareja, uno por el cariño que le tengo desde hace muchos años,
y la otra por que es encantadora; pero en fin, algo es algo y no se
puede tener todo, además, si todo va bien volverán en mayo, eso si
no nos colamos antes por Mendoza. Otra pena fue que no estaba María
Eugenia, por lo que Rosa no ha podido conocerla aún y no se si le
dará tiempo. Lo bueno fue que echamos un buen rato, y lo mejor, la
palanca, un corte de vacuno que aún no habíamos probado y que nos
pareció exquisito.
Otra visita
que me ha impactado ha sido al cementerio, al que fuimos con Rosa y
así aprovechamos para que conociera también la zona de trabajo de
Bea. Pues bien, aquí se le rinde bastante culto a la muerte, y por
supuesto, hasta los muertos mantienen su estatus social,
impresionantes los mausoleos de los cadáveres de rancio abolengo, e
impresionante que de estas familias, al menos un sesenta por ciento
según mis cálculos, poseen apellidos vascos, Eyzaguirre, Echenique,
Goicotxea, Irarrázaval, Jaúregui, Aguirre, Balboa, Zañartu,
Larraín, incluso el malnacido de Pinocho, por si no lo sabíais, era
Ugarte de segundo. Desde Euskadi vienieron, no se en que momento,
para quedarse, gente de fortuna o a hacer fortuna. Lo que no entiendo
es como estos chilenos no le sacan mas partido al cementerio a nivel turístico, ya
que disponen de una maravilla de museo al aire libre, que nada tiene
que envidiarle a otros cementerios de mayor fama mundial.
En fin,
entre visitas y paseos, he de decir, que aunque cada vez nuestra vida
aquí sea más cotidiana, esta ciudad no deja de sorprenderme.
Continuará...
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