Me
despierto con el canto del frío gallo de metal que habita en mi mesita
de noche, abro mis espesos ojos y tiento la oscuridad en busca del
maldito botón que hará que el gallo calle. Me levanto lentamente, sin
premura, desoxidando poco a poco mis articulaciones aún aletargadas, sin
premura, buscando una zapatilla, luego otra. Como un zombie puesto de
quetamina avanzo por el pasillo hasta el cuarto de baño. Una vez dentro,
enciendo la luz y saludo a mi imagen en el espejo. No es narcisismo, me
gusta hablar conmigo porque me escuchas, porque me dejas terminar de
exponer mis argumentos sin interrupciones, porque no hay necesidad de
buscar la frase adecuada, porque me ofreces el reflexivo reflejo de mi
reflexión, la espontaneidad de mí espoleada esperanza, la imagen de mi
imaginación.
¿Qué
coño le pasa al mundo? ¿Por qué los especímenes de la especie humana
somos cada vez más egocéntricos, más ególatras, más egoístas? No lo sé, ni
siquiera sé si es cierto que lo seamos cada vez más, quizá siempre
fuimos así, y simplemente ahora se ha vuelto más evidente. ¿Evidente?
¿Para quién? Si es así, ¿por qué somos tan invidentes ante la evidencia?
Por conciencia. Somos conscientes de que cuanto más concienciados
estemos más complicado será conciliar el sueño. No ignoramos que la
ignorancia es un bálsamo para nuestras mentes. La lucidez no es más que
una luz cegadora, apuntando a los ojos y provocando dolor. Es
transportada a través del nervio óptico, desde el cerebro a los ojos,
incluso en las noches más oscuras. Por eso nos rodeamos de falsas
comodidades, de incomodas falsedades, incomodas tan solo cuando se
quiere ver la verdad, mientras no sea así, sirven de pátina a una dura
realidad.
Vivimos
en un mundo conformista, insolidario, cuando debiera ser solidario e
inconformista. ¿Pero un momento? ¿Qué mundo? ¿El primer mundo? ¿El
tercero? Hablando de esto, ¿qué pasa con el segundo? ¿Existe? O lo
tenemos escondido como La Atlántida. Si,
ese segundo mundo intermedio entre el primero y el tercero, y que es el
único que debería existir. Pero fue destruido cuando descubrimos la
fascinante acción de la acumulación. Primero alimentos, después riquezas
de otro tipo que sirvieran como cambio, por su utilidad para fabricar
útiles utensilios, algunos tan útiles para cercenar la vida de nuestras
presas y convertirlas en alimento, como para cercenar las vidas de
nuestros congéneres. Comienza pues la carrera tecnológica para ser los
mejor armados, los que mejor puedan controlar y someter al otro. Y como
no, surge el creador de los mercados, el poderoso caballero, el vil
metal. Por el que un ser humano es capaz de volverse cainista,
fraticida, matricida, u homicida en cualquiera de sus más crueles
variantes.
Aun
hoy, tenemos la poca vergüenza de llamarnos “civilizados”, de creer en
una evolución, cuando hemos involucionado. Lo único que ha evolucionado
es nuestra capacidad para el autoengaño y como no, algunos rasgos
biológicos cuya evolución no voy a negar. Así como Darwin es considerado
evolucionista, yo me declaro involucionista. El Homo sapiens, no
es más que una especie animal tan mal dotada para la vida en la tierra,
que no tuvo más remedio que desarrollar el intelecto para sobrevivir,
convirtiéndose, en el momento oportuno, en el mayor de los oportunistas
del reino animal. Y por favor, no somos tan importantes. Si, estamos
viviendo nuestro período de hegemonía en la tierra, pero se acabará,
antes o después se acabará. No olvidemos lo efímero de nuestra
existencia, no la individual que ya es de chiste, si no la de nuestra
especie. Tenemos apenas unos 100.000 años de existencia frente a los
millones de años que tiene el planeta que habitamos.
Absorto
en mi conversación conmigo, no me he percatado de que los minutos han
ido pasando. Sazonado pues mi cerebro con una buena dosis de desazón, me
introduzco en el habitáculo que llamamos ducha y me dispongo a lavarme a
conciencia, y la conciencia, ya que he llegado a la conclusión de que
soy igual que los demás, y como ellos, para no sentirme mal, me lavo con
una buena dosis de frivolidad y falso buen humor. Ya estoy listo para
empezar un nuevo día en sociedad. ¿O debería decir suciedad?
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